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“A muerte estoy con los jubilados. Lo que les hacen es una vergüenza. Yo defiendo a los jubilados ¿cómo no los voy a defender? Tenemos que ser muy cagones para no defender a los jubilados”. Diego Maradona
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Internacionales - 16-07-2023 / 08:07
URUGUAY SE CONSAGRA CAMPEÓN DE LA COPA MUNDIAL DE FÚTBOL DE 1950 AL VENCER EN LA FINAL A BRASIL

Maracanazo de 1950: Uruguay Campeón, Brasil Tristeza não tem fin

Maracanazo de 1950: Uruguay Campeón, Brasil Tristeza não tem fin
Selección de futbol uruguaya, campeona mundial de 1950.
El 16 de julio de 1950 se produjo el Maracanazo, nombre con el que se conoce a la victoria de la selección de fútbol de Uruguay en el último partido de la Copa Mundial de Fútbol de 1950 frente a la selección de fútbol de Brasil.
 
Contra todo pronóstico, Uruguay le ganó 2:1 a Brasil en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro. Por extensión, el término se ha generalizado para definir a una victoria en campo ajeno y teniendo todos los factores en contra.
 
El desconcierto era tal, tras la victoria uruguaya, que las 173.850 personas en el estadio quedaron enmudecidas apenas terminó el partido, donde la concurrencia de uruguayos era de apenas un centenar de personas, a tal punto de que los únicos sonidos que se escuchaban eran los del plantel celeste.
 
Para los aficionados brasileños la victoria uruguaya fue casi una tragedia, comentada como la peor derrota deportiva del país. Se cancelaron los preparativos de una celebración que era obvia para muchos. Se reportaron numerosos suicidios de aficionados. Desde entonces la palabra Maracanazo ha quedado como expresión de derrota o desastre imprevisto, para los brasileños.
 
En cambio, para los uruguayos la fiesta fue total. La gente se volcó a las calles a festejar, lo que en un principio parecía un sueño inalcanzable.
 
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Maracanazo de 1950: Uruguay Campeón, Brasil Tristeza não tem fin
La Federación Internacional eligió al Brasil como sede del campeonato y decidió, además, que por primera vez se pusiera en juego la Coupe Jules Rimet, una copa de oro macizo creada en honor al primer presidente de la FIFA.
 

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Murió a los 88 años. Se proyectó como estadista y líder mundial. Nunca perdió su sencillez, predicó a favor de los pobres y descartados, promovió el diálogo y criticó el modelo económico depredador y excluyente.
 
Francisco, el papa latinoamericano que "los cardenales fueron a buscar al fin del mundo" como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.
 
De esta manera Jorge Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas, también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o religioso. En el escenario de un mundo contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.
 
Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó "la cultura del encuentro". Porque, como lo escribió en su autobiografía recientemente publicada bajo el título "Esperanza", "solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo quedará atrapado su corazón".
 
Se proyectó como estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este porteño ("dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad"), el mayor de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que aún en el Vaticano siguió reconociéndose como "cuervo" por su afición a San Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La Plata el nuevo estadio podría llamarse "Papa Francisco" dijo claramente que "la idea no me entusiasma".
 
La elección como Papa le cambió la vida a Jorge Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte para ir a su despacho en la curia porteña.
 
"Me gusta caminar por la ciudad, en la calle aprendo", decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos. Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales.
 
Se reconocía como amante de la música y del tango. "La melancolía ha sido compañera una compañera de vida, aunque de manera no constante (...) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer". Un hombre sencillo.
 

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