Correo de Lectores - 17-09-2009 / 11:09
Sobre el rol de los medios de comunicación.
Medios y oligopolios en la Argentina
Si esta ley, que es de todos, es aprobada por el congreso nacional, que también es de todos, aquellos que creemos en los hombres haciendo historia humildemente vamos a celebrar, por todos.
El enriquecedor actual debate sobre el rol de los medios de comunicación, al calor de la posibilidad de que nuestro país tenga una nueva ley de servicios audiovisuales remplazando la ley promulgada por Videla en 1980, representa un salto cualitativo en la vida democrática de nuestro país. Desde una perspectiva histórica, permite sobretodo transparentar el rol empresarial de los grandes grupos que concentran la mayor parte de los medios, rol que debemos analizar en el contexto de la estructura económica instaurada con la última dictadura militar, y que persiste hasta la actualidad.
Escribe: Martín Muller
Transparentar sirve para reconocer los intereses detrás de la declamada "libertad de prensa" de los grandes grupos mediáticos como Clarín o el grupo Vila-Manzano-De Narváez, y comprender que esta noble consigna no debe confundirse con la "libertad de empresa", ya que no puede haber verdadera libertad económica, política o cultural sin un Estado que regule las posibilidades de todos los ciudadanos, equilibrando las asimetrías.
La recuperación democrática de 1983 implicó en el plano político un salto fundamental hacia la institucionalización republicana y constitucional. La legitimación del sistema político vigente, simultáneamente con la deslegitimación de las interrupciones cívico-militares vía golpes de Estado, elevó el piso cualitativo de la sociedad argentina.
Esta reconstrucción política -no sin problemas, atados al vaciamiento de los partidos tradicionales y la débil representatividad de la clase dirigente- encontró y encuentra muchísimas más dificultades en el plano económico.
La desintegración del Estado de Bienestar y la instauración del modelo económico neoliberal fue creando desde la década del '80 grupos oligopólicos que a través de alianzas políticas con los gobiernos de todos los colores fueron concentrando el manejo de las áreas fundamentales del aparato productivo nacional: los resortes de la economía -la energía, la comunicación, la obra pública, etc.-, en mano de unos poquísimos grupos o familias -Bulgheroni, Fortabat, Bunge & Born, Macri- fueron subordinando las decisiones de los gobiernos a sus intereses.
El fin de la intervención del Estado en el "libre" juego del mercado significó que los peces grandes se comieran a los chicos, comenzando la desaparición de las pequeñas y medianas empresas y la transformación del Estado en un instrumento en permanente disputa entre esos oligopolios, que buscaban instaurar en el gobierno dirigentes que representaran sus intereses. De esta forma, han utilizado reformas jurídicas, contrataciones, licitaciones "hechas a medida", privatizaciones y políticas permeables a una mayor concentración de la economía en pocas manos.
Tenemos por lo tanto desde 1983, en términos clásicos, una democracia formal y una oligarquía -gobierno de los más ricos- de facto. Este no es un fenómeno particularmente argentino, basta mirar la muy seria democracia norteamericana y encontraremos la misma o mayor capacidad de lobby de los verdaderos factores de poder: los grandes grupos económicos.
Todas las relaciones sociales son relaciones de poder. Desde los orígenes de la humanidad, siempre un grupo social se ha impuesto a otro, dominándolo. El problema, como suele decirse, es mantener esa dominación, haciéndola legítima, convenciendo al dominado de lo natural de su condición. Quien cumple esta fundamental tarea es la cultura. Los instrumentos culturales han sido siempre la clave en la construcción de consensos sociales, construyendo órdenes naturales de las cosas, borrando el sentido histórico, el carácter circunstancial del sentido común y lo verdadero.
Estos instrumentos han ido complejizándose con el tiempo, hasta llegar a nuestra actualidad, atravesada por una revolución tecnológica-comunicacional, en la cual quienes cumplen el rol más importante en la construcción de legitimidades son los medios de comunicación.
En la Argentina, aquel proceso de concentración económica en manos de pocas empresas también incluyó a los medios. La conjunción entre oligopolios y opinión pública resultó un fenómeno que ha perjudicado en muchos casos la democratización de la sociedad.
El vaciamiento de la política como herramienta para mejorar la vida de las personas ejemplificado en el "alika-alikate" del las elecciones de junio expresa la perversión de aquella conjunción y la degradación producida en la libre participación ciudadana. Si la construcción de verdades está en manos de aquellos que son socios de quienes manejan oligopólicamente los resortes de la economía nacional no hay democracia, sin muchas vueltas.
Ciertamente, la posibilidad de que a partir de una nueva ley de servicios audiovisuales se haga efectiva inmediatamente aquella utopía liberal pretendida por Jürgen Habermas en la que el espacio de la opinión pública -gracias a la pluralidad de voces- devuelva a toda la sociedad -no a una minoría de poderosos- la posibilidad de construir su propio futuro, y que este no le sea construido, queda por lo menos un poco lejana cuando ponemos frente a nuestros ojos el prisma pesimista de la realidad. Pero recordamos a Eduardo Galeano y comprendemos que para eso estamos en esta tierra, para caminar hacia las utopías, aunque parezca que nunca podamos alcanzarlas.
Si esta ley, que es de todos, es aprobada por el congreso nacional, que también es de todos, aquellos que creemos en los hombres haciendo historia humildemente vamos a celebrar, por todos.
Por Martín Müller para "La Opinión Popular".